sábado, 25 de mayo de 2013

Dichos populares del Evangelio

No se pretende aquí hacer un repaso de todos los dichos de Jesús, los cuales ascenderían a algún millar, sino sólo de aquéllos que han pasado al lenguaje cotidiano invadiendo incluso esferas que van más allá de aquéllas para las que fueron concebidos, cuyo contexto conocemos tan bien gracias a los Evangelios.
He seleccionado hoy tres de esos dichos, aunque no excluyo nuevas entregas en futuros artículos si a Vds. les gusta el tema, como tampoco excluyo que al final se me escape alguno incluso más curioso o llamativo que los que yo vaya seleccionando, por lo que acepto gustoso las propuestas que puedan Vds. realizar.
Ahí van, pues, los primeros:

“Nadie es profeta en su tierra”.

Se utiliza para expresar que es muy difícil convencer a los más cercanos, que es más fácil hallar eco entre los desconocidos que entre los más allegados.
La frase es, efectivamente, de Jesús. La recogen los tres evangelistas sinópticos, si bien el que mejor lo hace es a nuestro entender Lucas.
“Vino a Nazará, donde se había criado, entró, según su costumbre, en la sinagoga el día de sábado, y se levantó para hacer la lectura. Le entregaron el volumen del profeta Isaías, desenrolló el volumen y halló el pasaje donde estaba escrito:
‘El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor’.
Enrolló el volumen, lo devolvió al ministro y se sentó. En la sinagoga todos los ojos estaban fijos en él. Comenzó, pues, a decirles: «Esta Escritura que acabáis de oír se ha cumplido hoy.» Y todos daban testimonio de él y estaban admirados de las palabras llenas de gracia que salían de su boca. Y decían: ‘¿Acaso no es éste el hijo de José?’ Él les dijo: ‘Seguramente me vais a decir el refrán: Médico, cúrate a ti mismo. Todo lo que hemos oído que ha sucedido en Cafarnaún, hazlo también aquí en tu patria’. Y añadió:‘En verdad os digo que ningún profeta es bien recibido en su patria’ (Lc. 4, 16-24)

“Al césar lo que es del césar y a Dios lo que es de Dios”.

Amén de ser un pasaje evangélico muy importante y haber constituído la base evangélica de la separación Iglesia-Estado que constituye uno de los pilares sobre los que se asienta la teoría democrática del poder, y que hoy vemos tan claramente contrapuesta a otras teorías del poder como las que prevalecen en muchos países musulmanes, se utiliza cotidianamente para expresar que, al analizar una cuestión, no hay que mezclar el plano religioso con planos más prosaicos de la misma, e incluso, por extensión, para expresar que no se deben mezclar enfoques de una misma cuestión que son manifiestamente separables y diferentes, religiosos o no.

El contexto evangélico en el que se produce la frase es muy elocuente. Los judíos, particularmente saduceos, fariseos y celotes, han decidido ya que Jesús debe morir, y buscan la manera de eliminarlo, poniéndole entre otras cosas, trampas dialécticas que sirvan para ganarle la animadversión popular o para llevarle ante el sanedrín. Una de esas trampas es la llamada “trampa saducea” de la que hablaremos algún día. Otra es la que le ponen los que el Evangelio presenta como fariseos, pero que bien podrían ser fariseos muy cercanos a la resistencia armada contra Roma que propugnaban los celotes. Nos lo cuentaMateo esta vez.
“Entonces los fariseos se fueron y celebraron consejo sobre la forma de sorprenderle en alguna palabra. Y le envían sus discípulos, junto con los herodianos, a decirle: ‘Maestro, sabemos que eres veraz y que enseñas el camino de Dios con franqueza y que no te importa por nadie, porque no miras la condición de las personas. Dinos, pues, qué te parece, ¿es lícito pagar tributo al César o no?’ Mas Jesús, conociendo su malicia, dijo: ‘Hipócritas, ¿por qué me tentáis? Mostradme la moneda del tributo’. Ellos le presentaron un denario. Y les dice: ‘¿De quién es esta imagen y la inscripción?’ Dícenle: ‘Del César’. Entonces les dice: ‘Pues lo del César devolvédselo al César, y lo de Dios a Dios’. Al oír esto, quedaron maravillados, y dejándole, se fueron”. (Mt. 22, 10-15)

“Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja”.

Se utiliza para expresar la dificultad de algo. Jesús se valió de la expresión para aplicarla a los ricos y lo abrupto que se presentaba su entrada en el reino de los cielos, bien que expresando después que “para Dios nada es imposible”, ni siquiera algo “tan difícil”, quitando así algo de hierro a la más que rotunda y apocalíptica afirmación.
El episodio lo recogen los tres Sinópticos, así Marcos (ver Mc. 10, 23-25), así Lucas(ver Lc. 18, 24-26), si bien nosotros nos quedamos con la versión que del mismo nos da Mateo:
“Entonces Jesús dijo a sus discípulos: ‘Yo os aseguro que un rico difícilmente entrará en el Reino de los Cielos. Os lo repito, es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que el que un rico entre en el Reino de los Cielos’. Al oír esto, los discípulos, llenos de asombro, decían: ‘Entonces, ¿quién se podrá salvar?’ Jesús, mirándolos fijamente, dijo: ‘Para los hombres eso es imposible, mas para Dios todo es posible’”. (Mt. 19, 23-26).
Una expresión que, por cierto, podría tener una curiosidad añadida, cual es la de una posible transcripción incorrecta por parte de la tradición, o incluso una mala traducción por parte del autor de la VulgataSan Jerónimo, consistente en traducir “camello” (del griego “kamelos”) donde debería haber traducido “soga” (del griego “kamilos”), dando así a la metáfora una fuerza inesperada. Eso sí, en detrimento de la trascripción correcta y más lógica de la misma, según la cual, lo que Jesús realmente habría dicho es que es más difícil hacer pasar una soga (y no un hilo) por el ojo de una aguja, que a un rico por la puerta del cielo.
Por cierto que según otra versión para explicar la extraña metáfora, la aguja sería en realidad como se conocería a una de las puertas de la muralla de Jerusalén famosa por sus reducidas dimensiones, de donde la dificultad de hacer pasar por ella a un camello con su ampulosa carga.
Como quiera que sea, ahí se halla la metáfora, presente en todos los idiomas, la cual compara la dificultad de una cosa a hacer pasar a un camello por el ojo de un aguja.

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